El retrato de la adicción a una botella de pegamento
En la cara tiene la costra de la calle. Tiene los ojos perdidos, bailando en su rostro opaco, sonriente, nebuloso. Mira y conversa sin conversar y sin mirar, dice sin decir, vive sin vivir.
Su nombre es Juan David. Un nombre poco común para la calle. Lo acostumbrado es William, Duberney, Jhon Fredy. Pero él es Juan David. Vive en una esquina de Barrio Triste desde hace 13 años. Tiene 20, afirma, pero aparenta más. O la suciedad hace que tenga más.
Él aspira sacol, bóxer o pegamento, cualquiera de las tres denominaciones aplica. Me intenta mirar y sopla dos veces una bolsa negra, que le ayuda a trabarse más rápido. Y vuelve a sonreír. Narra entonces que llegó a la calle desde los siete años, huyendo de Jardín, Antioquia, a una esquina de Medellín a sobrevivir en la calle.
-Yo trabajo la cacharrería, sí o qué, dice señalando una maquinita parqueada en la esquina.
Trabaja como cacharrero nocturno. El material que no se puede reciclar en el día, él lo procesa en la noche y lo lleva, en la madrugada, hasta Naranjal, donde le dan unos pesos. Pesos que convierte en sacol, es lo único que necesita pagar en su vida. La comida y la ropa se la regalan. En Centro Día de La Paz se baña. Y duerme en la calle.
-¿Y dónde sacas el sacol? -De contrabando, responde.
De contrabando. A finales del mes de julio pasado, el Concejo de Medellín prohibió la venta de sacol a menores de edad y habitantes de la calle en las ferreterías, con el principio de velar por la integridad de la niñez.
La concejal Aura Marleny Arcila, proponente del proyecto, tiene claro que lo que se busca es un pacto ciudadano para solucionar lo que es una problemática para los 4.040 niños adolescentes en situación de calle que viven en Medellín (ver recuadro).
Entonces lo que no se consigue en las ferreterías, se adquiere en otra parte. Al lado de Juan David está William. Hace varios días que no consume, así que está en sus cinco sentidos. También habita la calle, pero no parece. Está limpio, bien vestido y coherente.
-El sacol ya se consigue, es de contrabando. Es muy difícil que las ferreterías vendan ya el pegante. Uno va donde un jíbaro que venda droga, y él la consigue, dice.
Para ellos el sacol es como una parte del cuerpo, como una mano o un brazo; por eso piensan, con lo que les permite el aroma del pegamento, que la norma puede perjudicar a una población de adictos, que se estima es el 60 por ciento de los niños adolescentes que habitan la calle.
-La mayoría de los que estamos en esta esquina somos consumidores y esa medida nos preocupa mucho, porque imagínese lo que puede ocurrir si a esta gente le quitan el sacol, afirma.
Para la muestra un botón: detrás del lugar donde sucede esta conversación, una señora llega alterada, toma por el brazo a uno de los jóvenes del grupo, le saca la botella, la estrella contra el piso e intenta llevárselo. Pero este se queda estupefacto observando la botella despedazada.
-Vámonos, yo mañana le doy plata para que se compre otra, dice ella mientras el joven, perdido en Júpiter, accede al trato.
Para la Secretaría de Bienestar Social, este es un problema mayor en especial porque no permite la resocialización de esa parte de la población.
"Nosotros tenemos el Centro de Atención de La Paz, donde atendemos a unos 90 niños, donde les damos todo tipo de asistencia social; sin embargo, la adicción y el comercio sexual, son los principales enemigos de estos procesos", dijo Marcela Zuluaga, coordinadora del Programa para la Niñez de esa Secretaría.
Por lo pronto, en los próximos meses se adelantará una intensa campaña en sectores como Barrio Triste y el barrio San Diego, con el fin de prevenir el consumo de tales sustancias en esta población.
Esta muy interesante este articulo, pienso que para una verdadera rehabilitación se necesita que el involucrado tome conciencia del daño que se esta haciendo y se deje ayudar.
En la cara tiene la costra de la calle. Tiene los ojos perdidos, bailando en su rostro opaco, sonriente, nebuloso. Mira y conversa sin conversar y sin mirar, dice sin decir, vive sin vivir.
Su nombre es Juan David. Un nombre poco común para la calle. Lo acostumbrado es William, Duberney, Jhon Fredy. Pero él es Juan David. Vive en una esquina de Barrio Triste desde hace 13 años. Tiene 20, afirma, pero aparenta más. O la suciedad hace que tenga más.
Él aspira sacol, bóxer o pegamento, cualquiera de las tres denominaciones aplica. Me intenta mirar y sopla dos veces una bolsa negra, que le ayuda a trabarse más rápido. Y vuelve a sonreír. Narra entonces que llegó a la calle desde los siete años, huyendo de Jardín, Antioquia, a una esquina de Medellín a sobrevivir en la calle.
-Yo trabajo la cacharrería, sí o qué, dice señalando una maquinita parqueada en la esquina.
Trabaja como cacharrero nocturno. El material que no se puede reciclar en el día, él lo procesa en la noche y lo lleva, en la madrugada, hasta Naranjal, donde le dan unos pesos. Pesos que convierte en sacol, es lo único que necesita pagar en su vida. La comida y la ropa se la regalan. En Centro Día de La Paz se baña. Y duerme en la calle.
-¿Y dónde sacas el sacol? -De contrabando, responde.
De contrabando. A finales del mes de julio pasado, el Concejo de Medellín prohibió la venta de sacol a menores de edad y habitantes de la calle en las ferreterías, con el principio de velar por la integridad de la niñez.
La concejal Aura Marleny Arcila, proponente del proyecto, tiene claro que lo que se busca es un pacto ciudadano para solucionar lo que es una problemática para los 4.040 niños adolescentes en situación de calle que viven en Medellín (ver recuadro).
Entonces lo que no se consigue en las ferreterías, se adquiere en otra parte. Al lado de Juan David está William. Hace varios días que no consume, así que está en sus cinco sentidos. También habita la calle, pero no parece. Está limpio, bien vestido y coherente.
-El sacol ya se consigue, es de contrabando. Es muy difícil que las ferreterías vendan ya el pegante. Uno va donde un jíbaro que venda droga, y él la consigue, dice.
Para ellos el sacol es como una parte del cuerpo, como una mano o un brazo; por eso piensan, con lo que les permite el aroma del pegamento, que la norma puede perjudicar a una población de adictos, que se estima es el 60 por ciento de los niños adolescentes que habitan la calle.
-La mayoría de los que estamos en esta esquina somos consumidores y esa medida nos preocupa mucho, porque imagínese lo que puede ocurrir si a esta gente le quitan el sacol, afirma.
Para la muestra un botón: detrás del lugar donde sucede esta conversación, una señora llega alterada, toma por el brazo a uno de los jóvenes del grupo, le saca la botella, la estrella contra el piso e intenta llevárselo. Pero este se queda estupefacto observando la botella despedazada.
-Vámonos, yo mañana le doy plata para que se compre otra, dice ella mientras el joven, perdido en Júpiter, accede al trato.
Para la Secretaría de Bienestar Social, este es un problema mayor en especial porque no permite la resocialización de esa parte de la población.
"Nosotros tenemos el Centro de Atención de La Paz, donde atendemos a unos 90 niños, donde les damos todo tipo de asistencia social; sin embargo, la adicción y el comercio sexual, son los principales enemigos de estos procesos", dijo Marcela Zuluaga, coordinadora del Programa para la Niñez de esa Secretaría.
Por lo pronto, en los próximos meses se adelantará una intensa campaña en sectores como Barrio Triste y el barrio San Diego, con el fin de prevenir el consumo de tales sustancias en esta población.
Esta muy interesante este articulo, pienso que para una verdadera rehabilitación se necesita que el involucrado tome conciencia del daño que se esta haciendo y se deje ayudar.
ResponderEliminarEs Verdad
EliminarBuen artículo
ResponderEliminarcomo esta paguina de mierda ni se puede leer la noticia para que la tienen si no ssirven pa un culo de informar
ResponderEliminarMuy agotador para la vista leer la letra negra con el fondo negro, sugiero un cambio. :)
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ResponderEliminarEn la cara tiene la costra de la calle. Tiene los ojos perdidos, bailando en su rostro opaco, sonriente, nebuloso. Mira y conversa sin conversar y sin mirar, dice sin decir, vive sin vivir.
Su nombre es Juan David. Un nombre poco común para la calle. Lo acostumbrado es William, Duberney, Jhon Fredy. Pero él es Juan David. Vive en una esquina de Barrio Triste desde hace 13 años. Tiene 20, afirma, pero aparenta más. O la suciedad hace que tenga más.
Él aspira sacol, bóxer o pegamento, cualquiera de las tres denominaciones aplica. Me intenta mirar y sopla dos veces una bolsa negra, que le ayuda a trabarse más rápido. Y vuelve a sonreír. Narra entonces que llegó a la calle desde los siete años, huyendo de Jardín, Antioquia, a una esquina de Medellín a sobrevivir en la calle.
-Yo trabajo la cacharrería, sí o qué, dice señalando una maquinita parqueada en la esquina.
Trabaja como cacharrero nocturno. El material que no se puede reciclar en el día, él lo procesa en la noche y lo lleva, en la madrugada, hasta Naranjal, donde le dan unos pesos. Pesos que convierte en sacol, es lo único que necesita pagar en su vida. La comida y la ropa se la regalan. En Centro Día de La Paz se baña. Y duerme en la calle.
-¿Y dónde sacas el sacol?
-De contrabando, responde.
De contrabando. A finales del mes de julio pasado, el Concejo de Medellín prohibió la venta de sacol a menores de edad y habitantes de la calle en las ferreterías, con el principio de velar por la integridad de la niñez.
La concejal Aura Marleny Arcila, proponente del proyecto, tiene claro que lo que se busca es un pacto ciudadano para solucionar lo que es una problemática para los 4.040 niños adolescentes en situación de calle que viven en Medellín (ver recuadro).
Entonces lo que no se consigue en las ferreterías, se adquiere en otra parte. Al lado de Juan David está William. Hace varios días que no consume, así que está en sus cinco sentidos. También habita la calle, pero no parece. Está limpio, bien vestido y coherente.
-El sacol ya se consigue, es de contrabando. Es muy difícil que las ferreterías vendan ya el pegante. Uno va donde un jíbaro que venda droga, y él la consigue, dice.
Para ellos el sacol es como una parte del cuerpo, como una mano o un brazo; por eso piensan, con lo que les permite el aroma del pegamento, que la norma puede perjudicar a una población de adictos, que se estima es el 60 por ciento de los niños adolescentes que habitan la calle.
-La mayoría de los que estamos en esta esquina somos consumidores y esa medida nos preocupa mucho, porque imagínese lo que puede ocurrir si a esta gente le quitan el sacol, afirma.
Para la muestra un botón: detrás del lugar donde sucede esta conversación, una señora llega alterada, toma por el brazo a uno de los jóvenes del grupo, le saca la botella, la estrella contra el piso e intenta llevárselo. Pero este se queda estupefacto observando la botella despedazada.
-Vámonos, yo mañana le doy plata para que se compre otra, dice ella mientras el joven, perdido en Júpiter, accede al trato.
Para la Secretaría de Bienestar Social, este es un problema mayor en especial porque no permite la resocialización de esa parte de la población.
"Nosotros tenemos el Centro de Atención de La Paz, donde atendemos a unos 90 niños, donde les damos todo tipo de asistencia social; sin embargo, la adicción y el comercio sexual, son los principales enemigos de estos procesos", dijo Marcela Zuluaga, coordinadora del Programa para la Niñez de esa Secretaría.
Por lo pronto, en los próximos meses se adelantará una intensa campaña en sectores como Barrio Triste y el barrio San Diego, con el fin de prevenir el consumo de tales sustancias en esta población.